Lo mejor de uno
Cuesta
mucho llegar a ser quien uno realmente es. No importa cuán fácil e instantáneo
lo quieran pintar los mercadólogos y el salvaje consumismo moderno con la venta
de "estilos de vida", ser quien uno es resulta el proceso de
creación, crisis y reconstrucción más complejo de la existencia humana.
Nada
se encuentra más a la mano y, sin embargo, tan difícil de alcanzar como el
conocimiento de quién es uno. Entre uno y lo que uno es se pueden atravesar mil
cosas: desde la infancia las expectativas de nuestro padres y familiares,
primeros agentes de la sociedad en la mayoría de los casos, ya bien pueden -con
la mejor de las intenciones muchas veces- crear una idea distorsionada de lo
que somos al implantar costumbres, valores, principios y sobre todo,
sancionando lo que les desagrada de uno y alentando lo que desean. Es como un
árbol de bonsái al que se le poda para darle la forma deseada, incluso como
muchos sabrán, se imponen alambres para que se acomode a la voluntad estética
del cultivador. Con los bonsái no habrá tanto problema, (creo), pero con los
humanos es otra cuestión. Sin embargo, no hay que satanizar estas expectativas
y aculturaciones. La respuesta no está tampoco en eliminarlas y dejar crecer a
los niños en absoluta libertad, porque eso en realidad es absoluto, pero
abandono. Varios experimentos sociales a lo largo del siglo XX lo han mostrado.
Estudiosos
de las fases del desarrollo humano, como E. Erikson, han mostrado que existen
diferentes etapas en el ciclo vital y que cada uno está definido por una
"misión" o eventos crucial: una toma decisión, un actuar en
consecuencia, una habilidad que se adquiere, o no, que configuran el adulto que
llegará a ser. Es aquí donde la clásica pregunta "¿Quién soy?" deja
su matiz meramente filosófico-especulativo, para tornarse una concretísima
realidad, tangible y plenamente verificable (si nos interesara mucho el asunto
positivista), porque se convierte en un ser-en-el-mundo de una determinada
forma, resultado de mil y un influencias, cuya combinación pudo haber sido más
o menos exitosa, en término de que tantos elementos y capacidades le aporta
para saberse desenvolver en la vida en la búsqueda de sus satisfactores y
resolución de sus circunstancias: desde como socializar, cómo conseguir
trabajo, qué actitudes mostrar ante la adversidad, ante el placer, ante la
incertidumbre, cómo saberse ganar afecto y respeto o como conseguir lo
contrario, cómo y cuándo insistir y desistir, cómo elegir ropa o dónde comer,
cuándo hablar y cuándo callar y un largo, largo, etcétera, etcétera, etcétera.
Como
en todo momento de la historia humana, pero con más dramatismo en el actual, la
definición de uno mismo resulta prioritaria e impostergable. Nos estamos
incluso jugando no sólo la supervivencia de la especie, sino el de todas las
especies y el planeta entero, por una abrumadora mayoría de definiciones
provisionales, desordenadas e incompletas, que incluso se han convertido en una
forma de vida promocionada por algunos y vendida por otros. Si bien esto es
parte normal de la adolescencia, vemos preocupados que una gran cantidad de
adultos, por una gran cantidad de factores, andan por el mundo sin más que una
muy lejana y distante preocupación por saber quiénes son, pero convencidos de
dos cosas: que eso no les causa preocupación, porque según ellos si saben
quiénes son, y seguido de esto, están muy ocupados en el día a día, como para
tomarse el tiempo en algo que ya está hecho, a lo que no hay nada que añadir, que
nos debatimos en demostrar en las redes sociales digitales y reales, que son
propuestas originales, que no las copiamos a nadie y que somos dueños de
nuestro propio destino.120 años de clínica psicoanalítica, y milenios más de
prudente y observadora filosofía de la condición humana, nos han mostrado la
fragilidad de estas convicciones, que están levantadas más para complacer las
exigencias exteriores que como resultado de conocer las propias demandas y ser
consecuentes con ellas. Los casos de sujetos en la clínica nos han mostrado que
la indigencia del saber sobre uno mismo, impuesta tanto por el exterior como
por desidia propia, es fuente de innumerables sinsabores y desgracias,
innecesarios dolores y nefastas consecuencias, amores y patrimonios perdidos,
sueños malogrados y extravíos fatídicos, todos evitables si hubiéramos gozado
de un saber cierto y menos creencias arrogantes sobre nosotros mismos.
En
nuestros días el malestar del hombre consigo mismo se muestra más acuciante,
más lastimoso, y ominosamente peligroso, que en otras épocas. Los casos de
depresión, de enfermedades crónicas, de violencia, nunca habían sido tan
frecuentes y extendidos. Un enorme malestar recorre las clases acomodadas, que
en su abundancia, no encuentran satisfacción ni contento. La violencia en todas
sus formas se extiende por todo la faz del planeta, siendo en algunos lugares
devastadora e indignante. Las desigualdades han llegado a paroxismos que a
muchos los llevan a cuestionar su fe en la racionalidad y entregarse a la
vorágine de los fanatismos que dan esa sensación de referencia segura e
incontrovertible. Fromm ya lo había mostrado, a diferencia de otras épocas, el
hombre actual abdicó a toda autoridad exterior para guiarse (porque no la
necesita, según) y solo le queda estar sostenido de sí, de las respuestas que a
sí mismo pueda darse, de las direcciones que sea capaz de otorgarse. Si bien no
es la realidad de todos, si es un proceso que ha iniciado y se prevé
indetenible ya. Es posible, en ese sentido, hablar de un exceso de
secularización, de despiritualización, pero ese es otro asunto.
De
la necesidad de definir quién es uno nadie escapa. Los homosexuales no son la
excepción. Nada, en ningún caso, nos puede hacer suponer que este tan esencial
proceso humano aplique de forma diferente o especial para los homosexuales. En
tanto seres humanos están sometidos al mismo desafío, si bien tiene un acento
particular, no basta para –y por ello- hacer un mundo aparte, una sociedad
aparte, un grupo separado de la sociedad, en el que puedan adquirir el saber
sobre sí mismos. Es un mito, nos parece, que los homosexuales deban vivir en un
grupo separado, por tanto, hablar de una comunidad restringida, cerrada, como
respuesta a las condiciones sociales. Todos los humanos formamos partes de
diferentes grupos en diferentes momentos y gozamos de más o menos integración a
él dependiendo de qué tanto estemos nos identifiquemos con ello o nos veamos en
necesidad de. Nadie niega la realidad de la exclusión, pero no es asunto
exclusivo que padezcan los homosexuales, tristemente comprobamos al ver las noticias
en los medios que exclusión hay en todos lados y en todos los niveles. Hay
estudios que muestran que hacia esta población se comenten más injusticias que
hacia otros, pero si la respuesta para cada violación es la segmentación
terminaríamos un extenso conjunto de legislaciones específicas para cada grupo
vulnerable, cuyo odioso efecto sería vulnerabilizarlos más. Es está la razón
por la que los organismos de protección de los derechos humanos se crearon:
para salvaguardar el que nadie se vea excluido de sus derechos, en tanto
humanos: hetero, homo, cristiano, musulmán, negro, blanco, rico, pobre, etc.,
etc.
El
camino de cada persona para ser quien es, es curiosamente, un camino único y al
mismo tiempo es un camino ya recorrido miles de millones de veces. Desde que el
hombre es hombre, sesenta mil generaciones han pasado por el asunto de
preguntarse alguna vez sobre cuál es el camino que sigue en la vida, el hacia
dónde se dirige. ¿Quién, sino los homosexuales, son ejemplo ideal de
preguntarse sobre quién es uno, qué le gusta a uno, qué quiere de la vida? La
singularidad quizá (y digo quizá, porque en otras épocas no fue motivo de
conflicto porque la categoría ni existía) reside en la elección del objeto de
afecto. Pero si lo analizamos con cuidado, el asunto de la elección del objeto
no es conflictiva en sí, lo que es conflictivo es el cómo se posiciona uno
frente a esa elección, es decir, el problema no está en el otro (incluso si no
corresponde el afecto), sino en el cómo se siente cada quien con su elección,
cómo la enfrenta, y a qué consecuencias lo enfrenta. Son elecciones fundantes.
El giro dramático estriba aquí en que, como dijimos párrafos arriba, con qué
saberes sobre sí mismo un homosexual arriba a ese momento de la elección. No
obstante, si el lector nos ha seguido con atención, habrá notado que este
momento tampoco difiere del que pasa un heterosexual, es esencialmente similar,
salvo que la elección de objeto no es está sancionada (no entra en conflicto
por elegir a alguien del sexo opuesto), pero no está exenta de expectativas
sociales por cumplir.
La
diferencia, quizá radicaría en el grado de conocimiento, aceptación y
comprensión de uno mismo con que cada quien se enfrenta a la elección. Vemos
más bien, que ante ciertas respuestas de rechazo y exclusión, algunos
homosexuales van configurando una idea de sí mismos, basada fundamentalmente en
un rechazo inconsciente, a falta de amor y aceptación incondicional paterna, y
surge una inevitable necesidad de confirmar el propio valer: unos retornan a la
heterosexualidad como a una especie de reconversión o una reclusión, de la que
escaparan en lo clandestino o la negaran. Otros tomaran los modelos sociales
con los que se concibe tradicionalmente al homosexual, es decir, tomaran el
camino de la identificación con lo femenino, mas por conflicto con lo masculino
(que de inicio los rechazó) que por una verdadera identidad femenina (excepto
en los casos de transgénero genuinos, que serían otro asunto), reafirmando con
ello los roles de género socialmente establecidos y quedando entrampados en una
espiral de mayor exclusión, que acarrea numerosos conflictos internos y
ambientales. Algo similar a un círculo vicioso.
Un
tercer grupo de homosexuales, no les interesa tanto ser identificados ni
identificarse con las otras dos opciones: aceptan su masculinidad, no sin pasar
por una buena dosis de conflicto en la mayoría de los casos, porque es parte de
su realidad fundante, -parte de la respuesta a la pregunta de quién se es-, y
desde ahí obtienen una perspectiva de sí mismos radicalmente diferente a las
otras dos descritas, lo que les permite integrarse a la sociedad de un modo
productivo y creativo, consiguiendo con ello un aprecio y aceptación de la
mayoría de los que lo rodean. Son amigos apreciados de muchas personas,
profesionistas respetados, personalidades admiradas, porque la mayor parte de
su energía creativa se destina a eso, a crear, contribuir y a buscar ser
felices en la medida de sus posibilidades. No estamos aquí abogando por una
velada aceptación de modos y valores heterosexuales, ni de desaparecer la
diversidad, abogamos por la autenticidad de cada quien, porque cada quien se
cuestione si lo que propone es resultado de un ejercicio de consciencia de uno
o solamente resultado de contingencias y compromisos defensivos ante lo
exterior. Capitulaciones de la personalidad, pues. En otros casos, los
padecimientos psicológicos son una constante, agravados en muchos casos, por
una permanente percepción victimizada de sí mismos.
Ante
estos tres grandes grupos, pensar en que haya una "comunidad
homosexual" nos habla de una idea difícil de sostener y que reflejaría el
punto de vista de alguien de pertenecer a uno de estos sectores. Esa idea de
una comunidad combativa y en resistencia es más propia de otras épocas y ligada
a ciertos eventos de salud pública que no son las mismas realidades de hoy, que
incluso podría ser hasta algo anticuado ante los niveles de socialización que
se han logrado hoy en día y que ponen en entredicho la necesidad de un lucha
específicamente de este colectivo o si sería más provechoso vincularse a otros
grupos que abogan por causas sociales que nos afectan a todos. ¿Qué tan
solidario es el "movimiento por los ""derechos
homosexuales"", si tal cosa existiera legalmente, hacia otros
movimientos sociales? ¿Acaso la defensa
del medio ambiente, la búsqueda de mejores condiciones laborales, de servicios
públicos, de educación, de justicia social, no es algo que atañe también a los
homosexuales? ¿Acaso viven en un mundo aparte o aspiran a ello? (Es un interesante ejercicio preguntar cuáles
son los objetivos políticos o sociales que tienen las organizaciones
identificadas con el movimiento "LGBT" y se constatará que no hay una
unidad discursiva ni mucho menos argumentativa entre los activistas, ni tendría
por qué haberla, producto de lo que describimos anteriormente).
Un
ser-uno-mismo que es resultado de un ambiente de intolerancia suele hacerse muy
bueno en practicarla. Así una región de los homosexuales está identificada con
una diferenciación a ultranza de lo heterosexual basada en contradecir sus
ideas tradicionales, centrada en la transgresión, abocada en llamar la atención
estrafalariamente, producto finalmente de esa construcción del sí mismo basada
en una revancha, desde un lastimoso “nadie me quiere” hasta un "me las
pagarán" pasando a un arrogante "al fin que ni necesito de
ustedes". Nadie niega aquí, ni hace menos, ni pretende ignorar, las
vejaciones, abusos, agresiones y atropellos de los que han sido objeto, pero
son los mismos que otros sectores de la sociedad han padecido, es una falacia
pensar que es algo deliberada y sistemáticamente maquinado contra ellos (salvo
ciertos casos en ciertas latitudes), cuando es más resultado de esa posición
victimizada. Cuando se logra trascender de esa posición, se deja de percibir a
la sociedad como un enemigo, sino que se encuentran formas sinérgicas de
integrarse y convivir, que si viene de la mano de un trabajo por educar a la
sociedad en el respeto, la equidad y la justicia, se ven casos de una
convivencia social que se nos antoja utópica, pero que ahí están en varios
puntos del planeta, en los campos político, social, científico, deportivo,
artístico, cultural. El asunto de reconocer méritos es algo que nos cuesta
mucho trabajo a los seres humanos, la historia está llena de ejemplos de
ilustres mentes cuyos méritos fueron negados y escamoteados por diversas
circunstancias, no solo por ser homosexuales. Pero ahí donde el genio ha sido
tenaz y las pasiones valientes se ha logrado un reconocimiento, aunque a veces
haya sido póstumo.
Y
ese valor solo pudo provenir de saber cabalmente quién es uno y valorarlo
profundamente, amarlo en el sentido extenso de la palabra. Dejar atrás
fingimientos e imposturas y enfrentarse a lo que uno es, que es un don de la
vida, y darle forma y expresión. Ahí está el mayor don de la vida, su mayor
oportunidad, su posibilidad de plenitud más contundente. Pero no se le otorga a
nadie, ni rico ni pobre, es una decisión. Todos estamos llamados a ella.
Algunos tenemos unas condiciones muy adversas para alcanzarla y contra todo
pronóstico, lo logran. Otros, tenían todas las condiciones a su favor y se
extraviaron en los más abyectos baldíos. Sin descuidar condiciones
particulares, la lucha por una mejor educación, más humana, menos rígida, es
sin lugar a dudas, una cuyos frutos a todos nos beneficiarán, como lo han
venido haciendo, aunque no con la velocidad que muchos quisiéramos ante la
urgencia de nuestras complejas problemáticas. Un acceso más eficaz y económico
a la consejería psicológica también resulta indispensable.
Parafraseando
a Edgar Morin, ser quien uno es, asunto netamente local, nunca había estado tan
estrechamente ligado a los problemas globales y los problemas globales nunca
nos habían resultado tan esenciales, de ahí que su respuesta, aunque local, no
puede dejar de pensarse en sus repercusiones globales. Ser quien uno es, es un
asunto que atañe a la más profunda condición humana, y sus implicaciones con el
mundo son enormes y casi imprevisibles, pero lo que si podemos prever, es que
en la medida en que ese ser no sea claro para sí mismo, sino basado en
provisionalidades e intolerancias, la solución de nuestros problemas será cada
vez más lejana, diría que ser quién uno es, y hacer de ello lo mejor que uno
puede ser, nunca había sido tan necesario para asegurar nuestro futuro. Aquí
todos tenemos parte, todos tenemos algo qué ofrecer y eso es lo mejor de uno.
Alejandro
de Andúnie
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